Una Navidad inolvidable – Recuerdos para toda la vida

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Les quiero contar el cuento de una niña de 9 años y la última Navidad que pasó con su padre… que sin lugar a dudas, fue su mejor navidad.

Era diciembre de 1981. Su padre se había marchado hacía dos años a vivir a otro continente, en busca de una segunda oportunidad, así que la pequeña niña llevaba un buen tiempo sin ver a su padre, ni jugar con él, ni reírse con él, ni bailar con él… que era una de las cosas que más le gustaba hacer. La niña vivía con su abuela, una mujer seria , amable, respetuosa y muy exigente, que la vida había ido convirtiendo en un pozo de amargura tras ver asesinar a dos de sus seres queridos -ya se sabe, la violencia no sólo acaba con la vida de las víctimas, también con la de sus familias-.

Este diciembre era especial; el día 26 la niña iba a ser enviada a vivir a otro país, -no tan lejano como al que había decidido partir su padre, pero para ella era igualmente lejano-, para que pudiera aprender ingles viviendo con una familia cercana a la familia de su madre. Todo era diferente ese año; por primera vez no iba a haber carta al niño Dios para pedirle regalos porque no iba a poder llevar consigo ninguno; la que había sido su casa y su hogar ahora estaba prácticamente vacía, quedaban muy pocos muebles y casi ningún adorno, ni fotos ni nada de esos pequeños detalles sobre las estanterías que hacen que un espacio se sienta que está siendo habitado.  

Había una extraña sensación de vacuidad en el ambiente que iba aumentando a medida que se iba acercando la fecha de la partida. Era diciembre, pero nada sabía a diciembre; faltaban los adornos, los villancicos de fondo, la alegría, el pesebre o belén, las luces… en fin, sólo se percibía cambio, soledad y escasez (también económica). 

Una mañana muy cercana a la fecha prevista de viaje, sonó el timbre y una voz conocida se escuchó del otro lado de la puerta: era el padre! El padre había viajado desde ese otro continente para acompañar en los últimos días a su hija y poder despedirse y pasar la navidad con ella y la abuela (es decir su madre)… como si en su bitácora de viaje estuviera escrito que tal vez esa sería la última navidad que vivirían juntos.  

Faltaba sólo un día para la Nochebuena, y en aquella casa no había nada, absolutamente nada que diera cuenta de la fecha… Al día siguiente de su llegada, el padre, -un hombre vigoroso, entusiasta, con un maravilloso sentido del humor y una creatividad sin límites-, se puso en la tarea de cambiar la situación; sin recursos económicos, pero si muchas ganas e imaginación, se dispuso a crear la Navidad más mágica y maravillosa para su hijaUna Navidad inolvidable!.
Sacó de una caja dónde estaban algunos adornos viejos de navidad,  una extensión de luces, algunas bolas (las que estaban menos resquebrajadas); se acercó a casa del vecino y pidió en prestamos algunos adornos más (cuatro bolas y unas guirnaldas de esas brillantes).
 

Con unos pocos billetes en el bolsillo cruzó la avenida hasta la papelería Dinamarca que se encontraba a escasos metros y compró papel brillante del barato, cartulina y pegamento. Luego se acercó a la charcutería Ultramarinos y compró algunos fiambres y como era viejo amigo del dueño, éste le regaló una pequeña cesta de navidad que tenía una botella de espumante barato, unas latas de fiambres y aceitunas y una caja de mazapanes con formas navideñas, todo envuelto en papel celofán verde y un gran moño de cinta roja. Con lo que le sobró de dinero pasó a la farmacia y compró un paquete grande de algodón.  

Llegando a casa vio como la niña estaba esperándolo pegada a la ventana junto a su gato, y, con una gran sonrisa en el rostro levantó la cesta y gritó desde fuera: -«Jo, jo, jo… feliz navidad»-. La niña emocionada, corrió a su encuentro y dando una mano a su padre con los paquetes, entraron juntos riendo a carcajadas.  

De inmediato el padre encendió el equipo de sonido, sacudió el polvo de la aguja del tocadiscos y buscó entre los LP que estaban amontonados al lado de algunas cajas, los discos de navidad… y puso uno de sus discos favoritos, y con voz enérgica y de mando dijo muy alto: – «¡Vamos a hacer de ésta la mejor navidad de nuestras vidas!, manos a la obra, necesito ayuda de todas-» refiriéndose a la hija y a su madre. 

En pocas horas, lo que era una triste casa, se llenó de color y alegría, de música y risas. Sin dinero para árbol, recogió unas ramas secas y creo el árbol de navidad más original jamas visto, ramas entrelazadas con las guirnaldas brillantes y los adornos del vecino, y cubiertas con una vieja extensión de luces de colores.  

Con la cartulina que había comprado, dibujo grandes estrellas y pidió a la niña que la llenase con trozos de papel de aluminio y pedazos de los papeles brillantes. Esas estrellas una vez terminadas se colgaron de las cortinas del salón y el comedor, alegrando aún mas el ambiente.
Las ventanas del salón las bordeó con el algodón, simulando la nieve y colgó también allí otra extensión, que en años de bonanza de ese hogar, servía para iluminar el gran belén que se armaba bajo la escalera. 
 

Con el papel celofán de la cesta de navidad creo la base para las figuras del pesebre, y lo colocó al centro del comedor a modo de centro de mesa. A lado y lado, dos velas blancas de esas normales envueltas con la cinta roja de la cesta de navidad, y las bandejas de fiambres dispuestas cuidadosamente, cual banquete de casa real.

 Luego de todo el trabajo el padre pidió a su madre y a su hija que se vistieran con sus mejores vestidos de fiesta. Él mismo se puso traje y corbata, algo arrugado por el viaje, pero impecable.  

Todo brillaba: había velas puestas en cada mesa, en cada descansillo de la escalera, en el interior de la chimenea estropeada, en la librería que separaba el salón del comedor; las luces del árbol se reflejaban en la ventana que a su vez brillaba enmarcada de nieve de algodón. Y la música, con los villancicos llenaban el resto de espacio vacío.

Esa noche la niña y su padre bailaron – que era lo que más le gustaba a la niña hacer con su padre- , jugaron al parqués, a la mímica, hicieron guerra de cosquillas, contaron chistes, se rieron hasta no poder contener las lágrimas, comieron, se abrazaron y se dieron los mejores regalos de la vida: tiempo de estar juntos, con amor y con la esperanza de que mejores tiempos les acompañarían.  

Esas risas. esos bailes y ese espíritu de alegría y esperanza fue el mejor regalo que la niña recibió en esa nochebuena… ningún otro regalo la hubiera podido hacer más feliz. 



Y colorin, colorado… éste cuento se ha acabado… lo que me hace recordar que esta historia tiene mucha relación con el vídeo que les voy a compartir y con una frase mía (que, modestia aparte, se ha convertido en una de las más compartidas en facebook y tuiter):

» No te pre-ocupes de no poder dar las mejores cosas a tus hijos …Ocúpate de darles lo mejor de ti»

Les dejo el vídeo (que seguro ya han visto y en el que participan varias amigas blogueras con sus hijos), que nos hace recapacitar sobre el verdadero sentido de estas fechas, que no son los regalos sino los dones que damos con el corazón y con el alma, con nuestro tiempo y nuestra presencia real – mindfullness en esta navidad! 

6 Comentarios

  1. Llorando a moco tendido me tienes. Preciosa la Navidad que has descrito… Y tan triste!
    Me encanta y emociona también el anuncio de Ikea… Pero me entristece que alguien tenga que recordarnos lo evidente: no hay dinero en el mundo capaz de sustituir el tiempo que pasamos con ellos. Los juegos, las risas, los bailes. Lo más valioso no cuesta dinero.

  2. Cata, es una historia preciosa. Tú y yo hemos hablado de corresponsabilidad muchas veces y ambas convenimos en que esto es cosa de 2. Tu historia refleja la preocupación de un padre al que, probablemente, le gustaría estar más de lo que puede, así que, cuando puede, se dedica a hacer magia.
    También hemos hablado mil veces acerca de conciliación. El anunció de Ikea solo refleja el drama que vivimos en este país. Ojalá la repercusión que está teniendo sirva como azote en nuestra lucha.
    Un abrazo fuerte.

  3. Yo esto lo vivo a diario en casa. El papá de mi bichilla tiene unos horarios muy largos, viajes de trabajo de un par de días y no pudiera estar tanto con nosotras como quisiera. Pero en cuanto entra por la puerta de casa y la niña lo ve no hay juguete que le impida tener ojos sólo para él. Se le pega a la pierna como una lapa y el resto del mundo dejamos de existir. El anuncio de Ikea de súper emotivo y una pena que sea la realidad de tantas familias en España.

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